Felicidad. El gran equilibrio.
Sin ser, ni oír, ni dar…
Otro día más postrada ante la reluciente pantalla del portátil. De la cama a la mesa y de la mesa a la cama, sumida en una depresión que esta semana parece no tener ni principio ni final. Tristeza y color gris, frialdad desde el día hasta la noche y aún más oscuridad cuando caen lágrimas de pena infinita mientras Lorenzo duerme. Nada deja de ser tormento, ni la luz ni la oscuridad.
Vuelvo a estar postrada ante la reluciente pantalla del portátil. Ajena a todo ser vivo de este maldito planeta, contemplo cómo la vida se endurece con cada minúsculo paso que das. Cómo, cuando te sientes sola, la gente no te ayuda, sino que te ignora completamente y te da la espalda. No lo hacen con mala intención, simplemente, están demasiado ocupados para escuchar.
Me siento tan míseramente sola…
Papel de Correo Aéreo.
[…]
Las cartas venían de muy lejos, en unos aviones transportados por la luz de la luna. Nadie los oía llegar, al igual que nadie les veía partir, pero para todas las gentes del pueblo era un hecho que dejaban una felicidad exquisita y total a su paso. Traían cartas del frente, donde todos los hombre adultos estaban batallando, en defensa de la libertad y la igualdad del pueblo que los había visto nacer, crecer, y que algún día los vería morir.
Entre estos soldados se encontraba aquel al que llamaban Lobo, el más astuto, rápido, ágil y silencioso guerrero que había en la tropa. No tenía al parecer ninguna debilidad, y así era en cuanto a lucha se refería. Su debilidad se encontraba en otros lares lejanos, en una pequeña aldea del pueblo antes nombrado, en la que vivía una pequeña joven. La chica, de físico poco agraciado, al parecer ninguna virtud tenía que atrajera a semejante guerrero. Y así era, salvo por un detalle que escapaba a la vista de aquél que la niña no quisiera que contemplase: sus ojos. Unos ojos grandes, expresivos, que sabían ocultar y mentir, pero a la vez sinceros y entregados en muchas otras ocasiones. Estos eran la debilidad del guerrero Lobo.
Tal era su debilidad por los ojos color tierra de esta joven muchacha, que cada noche le escribía una carta de esas escritas en papel de correo aéreo, de esas que más tarde llegaban en los aviones de luz de luna al pueblo. Cuando comenzó la guerra, la joven se sentía feliz, a pesar de los duros trabajos que como todas las jóvenes del pueblo tenía que desarrollar (al no haber hombres, ellas se debían encargar de todas las tareas, de la casa, de pescar, de cazar, de vender lo conseguido y de proteger los hogares), ya que cada noche un avión de luna le entregaba una carta escrita en papel de correo aéreo, de ese que olía particularmente bien, ya que el Lobo lo había tocado. Casi podía sentir su roce en la cara, cómo aspiraba su pelo, cómo la besaba con esos tiernos labios… era el sustento del día a día.
Un día inesperado, el guerrero Lobo sufrió el impacto de una de las catapultas del enemigo. Corriendo, fue trasladado al pueblo más cercano, al que llegó inconsciente y sin memoria. Tardó varios días en volver en sí, y cuando lo hizo, no era capaz de recordar ni siquiera cómo se llamaba. Por ello, y como habréis podido adivinar, ningún avión de luna transportó una carta del guerrero, y ningún papel de correo aéreo llegó a la joven.
Pasó un día, una semana, un mes… pasaron los años y las décadas. La dama, que ya no era joven ni bella, cuyos labios se habían fruncido en un rictus de espera, su entrecejo se había ceñido y sus ojos se habían helado con la espera, murió esperando a su guerrero. El guerrero, que nunca consiguió volver a recordar a la Dama, tampoco vivió completamente feliz. No se casó, pues siempre sintió que algo había quedado pendiente, y ni él ni su corazón quisieron entregarse a ninguna otra joven. Murió de viejo, con el rostro cansado y surcado de arrugas, el pelo cano por las penas y las cavilaciones acerca del recuerdo olvidado.
Ambos fueron fantasmas,ya que había quedado una tarea pendiente para ambos, y como entes espirituales vagaron por la tierra largo tiempo. Un día, sin embargo, se encontraron de frente… y algo ocurrió. Él de pronto recordó el amor que profesaba por la dama de ojos color tierra, y ella recordó el olor que despedían las cartas de papel de correo aéreo.
Sólo un segundo después, ambos se deshacieron en mil millones de partículas de luz que, buscando cada una una parte del otro ente, formaron parte del resto del universo. Quizás la vida no fue justa con ellos, pero la eternidad les entregó la compañía del otro para el resto de los tiempos.
De vuelta.
Pues sí, ya estamos otra vez por aquí. Han sido unas vacaciones cortas en comparación con los anteriores y largos períodos que he pasado sin escribir, tanto aquí como en otros sitios. De hecho, ahora sólo escribo aquí, he abandonado otros dos blogs y la libreta del Chat Noir… en fin, cambio de etapas, ya sabéis.
Hoy me apetecía escribir de nuevo. Sí, hoy, un día más bien feo, lluvioso, en el que he llegado con los calcetines empapados, en el que tengo un resfriado importante y en el que he pasado en clase más horas de las que mi cómodo horario me ha acostumbrado. Pero hoy me apetecía, quizás por todo, quizás por nada.
Estoy de vuelta, vuelvo a llenar esto de pensamientos incoherentes y muchas veces absurdos. Y uno de los motivos de esto es que mi vida vuelve a estar completa, mi media mitad me ha vuelto a poner las pilas y a seguir desarrollándome en lo que espero sea el rumbo que cogerá mi vida algún día: escribir.
Escribo porque es lo único que sé hacer, escribo porque siento, porque pienso y a veces incluso entiendo. Escribo porque soy, porque vivo, disfruto y sufro. Escribo porque es mi forma de decir que estoy aquí y he venido para quedarme, o quizás sólo estoy de paso. Escribo porque me desahogo, porque suelto lo que llevo dentro y porque, en algún caso, mis propias experiencias podrían ayudar a alguien. Escribo porque amo, odio, río y lloro.
Escribo porque sin letras y palabras yo no seria nada.
Lilith.